dijous, 23 de juliol del 2009

D'aquí poc menjarem xalets!!

JERÓNIMO ANDREU - Griñón - 23/07/2009

El autobús se detiene frente a una glorieta con un monumento que es una superposición de ingenios acuáticos haciendo girar una noria. Presidiendo el conjunto, dos robustas mujeres de bronce sostienen una coliflor cada una. "El símbolo del pueblo", exclama al recién llegado un viandante con cachava y henchido de orgullo.

Sólo un hombre sigue cultivando hortalizas entre los bosques de chalés

"Yo compro en Mercamadrid", dice una verdulera de la localidad

La revelación aturulla. Sobre todo porque Griñón, adonde se llega en 50 minutos desde la plaza Elíptica de Madrid a bordo del autobús 460, tiene poca pinta de huerta: es una sucesión de chalés y adosados de ladrillo de dos pisos de altura. El contacto con la monumental hortaliza se convierte en obligación moral para el turista.

A escasos metros de la plaza Mayor, en una frutería con dos coliflores como dos cerebros pintadas en el toldo, espera la revelación de que la búsqueda puede ser más complicada de lo previsto. Señalando los estantes, el frutero enumera: "Estas coliflores que tengo aquí son de Humanes; las de la derecha, de Fuenlabrada". ¿Y de Griñón? Ninguna. "Es que aquí ya no tenemos", suspira el hombre. "Sólo un agricultor sigue plantándolas". Para abundar en el agravio a la tradición, otra verdulera en la punta opuesta del pueblo confiesa: "Yo compro las verduras en Mercamadrid y me da igual de dónde vengan. Me llevo las que son más baratas y mejores".

El secreto de la histórica exuberancia de la col de Griñón reside en la combinación de suelos ricos y altura, explican los cronistas locales sentados en torno a un quiosco de prensa. Ahora, en la floristería Ana, la florista Ana analiza por qué el equilibrio vegetal de Griñón se ha transformado. Empezó a brotar el ladrillo y los huertos desaparecieron. Mucho ha cambiado todo desde que hace dos siglos el pueblo tenía un puñado de habitantes y era conocido como lugar de recreo de cortesanos que subían a tomar el fresco a 30 kilómetros de Madrid; hoy cuenta con 9.161 vecinos, y muchos veraneantes. En el camino se ha pertrechado con nuevos alicientes: una senda natural, un colegio neogótico... Pero, ¿qué se necesita para encontrar una coliflor? "Hay que preguntarle a Pepe, que cultiva", dirige Ana. Y Pepe Pérez, dueño del ultramarinos Pérez, responde con un jarro de agua fría: "Yo ya no planto. Sólo un hombre sigue haciéndolo": la leyenda del hortelano indomable crece. Y que no se piense que el señor Pérez puede hablar a la ligera. De ser así no aparecería una foto suya en el folleto de promoción turística del pueblo sosteniendo una Brassica oleracea colosal, soberbia col. El documento se completa con recetas varias y con la previsible revelación de que la fiesta local, el tercer fin de semana de marzo, homenajea a la hortaliza. "Una especie de tomatina pero con coliflores", resume apoyado en el quicio de la puerta de la mezquita Ibrahim, el hijo del encargado del cementerio musulmán, el único de Madrid. "Pero sin lanzárselas", aclara. Aquí enterraban a los soldados marroquíes del Ejército franquista.

"Lo de la coliflor es un mito, como que aquí venía el marqués de Griñón", sugiere con voz de misterio otro vecino cachazudo sentado a la sombra del convento de las Clarisas. "Era cierto que teníamos verduras deliciosas cuando de aquí a Cubas esto era campo. Hemos perdido eso, pero vamos mejor: hay más dinero, está todo más limpio...".

Efectivamente, las casas son ahora unifamiliares, muchas con piscina; nada que ver con la fuente de mármol negro que consistía en la única infraestructura municipal en el tiempo de las coliflores. Pero la emoción ante las bondades del progreso no puede sepultar la búsqueda del agricultor irreductible. Una glorieta, dos... : al lado del hipermercado, las casas se acaban abruptamente y comienza el campo de José Luis Navarro. "Yo soy el de la coliflor", anuncia desafiante, descamisado y con un sombrero de paja. A sus sesenta y pico se afana junto a cinco jornaleros marroquíes por recoger patatas. "Hasta abril no es tiempo de coles", zanja cualquier discusión. "Aunque, con lo mal que está la agricultura, es para pensarse continuar", remata con tono amenazante. De ser así, Griñón puede estar a punto de perder su enseña. Y eso que la estatua de homenaje a la hortaliza sólo tiene tres años.